sábado, 19 de diciembre de 2015

El cuarto Rey mago

Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.
Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los sorprendió una tormenta.

Los gansos

Érase una vez un hombre que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios de su marido. Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa de gallo. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó y dijo: ¡Qué tonterías! ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre?

Las tres pipas

 Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa.

El águila y las gallinas

Un guerrero indio se encontró un huevo de águila, el cual recogió del suelo y colocó más tarde en el nido de una gallina. El resultado fue que el aguilucho se crió junto a los polluelos.
Así, creyéndose ella misma gallina, el águila se pasó la vida actuando como éstas. Rascaba la tierra en busca de semillas e insectos con los cuales alimentarse. Cacareaba y cloqueaba. Al volar, batía levemente las alas y agitaba escasamente su plumaje, de modo que apenas se elevaba un metro sobre el suelo. No le parecía anormal; así era como volaban las demás gallinas.

El vecino molesto

Una noche me despertó un ruido que se repetía sin cesar. Era mi vecino del piso de arriba que se paseaba  y sus pasos resonaban pesadamente sobre el techo. ¡Aquello era insoportable! ¡Cada vez estaba yo más nervioso!

Tres hombres ante el mar

Los tres hombres que como de costumbre regresaban de recoger algas en la playa, traían aquella tarde  en sus caballerías una cantidad de producto muy inferior a la habitual. Dos de ellos se quejaban amargamente  de que el mar estuviese muy picado y la marea , de aguas vivas, no hubiera bajado lo suficiente. El tercero guardaba silencio.

El barbero

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba, como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía.
Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas.

De pronto tocaron el tema de Dios, el barbero dijo":
-Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice.....

El Cometa que descubrió su luz

Miles de personas contemplaban admiradas la estela que iba dejando el cometa. Hasta los astrónomos se habían quedado cortos en sus cálculos acerca de su luminosidad y magnitud.
Sin embargo, lo que hoy era portada de todos los periódicos muy bien pudo no ocurrir. Todo comenzó unos días antes.

La serpiente y la luciérnaga

Cuenta la leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una Luciérnaga; ésta huía rápido de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir.
Huyó un día y ella no desistía, dos días y nada.

Dos hermanos

La historia cuenta que había dos hermanos que se querían con toda el alma. Ambos eran agricultores. Uno se casó y el otro permaneció soltero. Decidieron seguir repartiendo toda su cosecha a medias.

Una noche el soltero soñó: «¡No es justo! Mi hermano tiene mujer e hijos y recibe la misma proporción de cosecha que yo que estoy solo. Iré por las noches a su montón de trigo y le añadiré varios sacos sin que él se de cuenta.»

Las visiones de la beata

Un cura que estaba harto de una beata que todos los días venía a contarle las revelaciones que Dios personalmente le hacía. Semana tras semana, la buena señora entraba en comunicación directa con el cielo y recibía mensaje tras mensaje.

Distinguir el día y la noche

Un rabí preguntó a sus discípulos: “Cómo puedo señalar el momento en que termina la noche y comienza el día?”.

Uno dijo: “Cuando seas capaz de distinguir desde lejos una palmera de una higuera?”.

La inundación

Había un hombre muy muy creyente, llamado Teófilo, que rezaba a Dios y le decía: "Ya sabes, Señor, que yo confío en ti. Sé que tú me salvarás de la inundación"

Pasaron unos vecinos con un 4x4 y Teófilo, nuestro hombre creyente, no quiso marcharse con ellos. "Yo confío en Dios" decía.

De uno en uno

En una puesta de sol, un amigo nuestro iba caminando por una desierta playa mexicana.  Mientras andaba empezó a ver que, en la distancia, otro hombre se acercaba.  A medida que avanzaba, advirtió que era un nativo y que iba inclinándose para recoger algo que luego arrojaba al agua.  Una y otra vez arrojaba con fuerza esas cosas al océano.

Esconder la felicidad

En cierta ocasión se reunió Dios con todos los ángeles y decidieron crear al hombre y la mujer; planearon hacerlo a su imagen y semejanza, entonces uno de ellos dijo:
-"Esperen, si los vamos a hacer a la imagen y semejanza de Dios, van a tener un cuerpo igual divino, fuerza e inteligencia superior a la nuestra, debemos pensar en algo que los diferencie de Dios y de nosotros,de no ser así, estaríamos creando nuevos dioses. Debemos quitarles algo, pero, ¿Qué les quitamos?"

La taza de barro

Había una pareja que visitaba las pequeñas tiendas del centro de Londres. Al entrar en una de ellas quedaron prendados de una hermosa tacita de porcelana. ¿Me permite ver la taza?, preguntó la señora. ¡Nunca he visto nada tan fino!

En las manos de la señora la pequeña taza comenzó a contar su historia. “Usted debe saber que yo no siempre he sido la taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era sólo un poco de barro. Pero un artesano me tomó en sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y grité: “Por favor, ya déjame en paz...” ¡Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.

Construyendo una catedral

En una ciudad, lejos de aquí se estaba construyendo una hermosa catedral, toda de piedra. Centenas de operarios se trasladaron de un lado a otro. Sucedió que un día pasó por aquella ciudad un ilustre visitante, y las autoridades locales le invitaron a ver la obra. El visitante observó como aquellos trabajadores pasaban, uno después de otro cargando pesadas piedras, y resolvió entrevistar a tres de ellos. La pregunta fue la misma para los tres.

El día en que Jesús no quería nacer

Ahora, en estos días que el frío, la lluvia, la niebla y las  noches son como personajes de nuestra tradición, me atrevo, a la luz de la lumbre de la memoria, a contar algo que no sé si es una historia o un cuento, un milagro o una fantasía, algo que no sé si lo he vivido o me lo han contado, si lo soñé o lo he inventado. Tengo serias dudas respecto a este relato, pero juraría que es cierto que una vez recibí una carta de unos niños que me lo contaron.

Timoteo, el avaricioso

Timoteo era un hombre avaricioso. Nunca tenía suficiente dinero ni posesiones. Constantemente discutía con sus vecinos sobre cuestiones monetarias.

Un mundo dividido

Hace muchos años un grupo de aventureros construyó un barco y se hicieron a la mar. Durante meses surcaron peligrosos mares.
Por fin divisaron una pequeña isla. Al acercarse  advirtieron que estaba deshabitada y que era muy hermosa. Decidieron convertirla en su hogar.
Construyeron una  pequeña cabaña y comenzaron una  nueva vida. El suelo era fértil y producía  frutos en abundancia. Se sintieron muy felices en la nueva morada.

¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labra¬dor se acercaban para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: «¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?».

Ver a Dios

Prakash era un  hombre santo y estaba muy orgulloso de ser un hombre santo. Como ansiaba ver a Dios, naturalmente se alegró muchísimo cuando Dios le habló en un sueño: -  Prakash, ¿quieres verme y poseerme de veras?

-    Por supuesto que lo quiero, replicó impaciente Prakash. Ése es el momento que he estado esperando. Me contentaría  incluso con un solo vislumbre  vuestro.

Soltar la rama

Un ateo cayó por un precipicio y, mientras rodaba hacia abajo, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol, quedando suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo, pero sabiendo que no podría aguantar mucho tiempo en aquella situación.

Regalo de aniversario

Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello, negro, largo, como hebras brillantes salidas de su nuca.
Él iba cada día al mercado a vender algunas frutas. A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes una pipa  vacía. No le llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco.

Agricultor generoso

Un agricultor, cuyo maíz siempre había obtenido el primer premio en la Feria del Estado, tenía la costumbre de compartir sus mejores semillas de maíz con todos los demás agricultores de los contornos.

Pedir a un mendigo

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quien sería aquel Rey de Reyes.

Podía haber sido peor

Existe en Escocia un pequeño poblado que mantiene una encantadora  tradición.

Cuando muere alguien del pueblo, los otros habitantes se reúnen junto a la tumba y dicen algo positivo sobre el difunto antes de que el féretro sea enterrado.

Guerra de colores

Cuentan que un día los colores del mundo comenzaron a litigar: cada uno de ellos pretendía ser el mejor, el más importante, el más útil, el favorito.

El Verde dijo: - “Ciertamente el más importante soy yo, signo de vida y de esperanza. He sido escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad el campo: me veréis por todas partes”.

Los dos remos

A orillas de un gran río  entre montañas, un viejo barquero esperaba con su barca a la gente  para trasladarla a la otra orilla. Era persona de pocas palabras, pero en su rostro se reflejaba  algo de la majestad de las montañas y de la transparencia  delas aguas del gran río.

La perla

Dijo una ostra a la ostra vecina: - Siento un gran dolor dentro de mí. Es algo pesado y redondo, que me hace daño.

Los tres ancianos

Una mujer salió de su casa y vio a Ccon largas barbas blancas, sentados enfrente de su casa. A ella le pareció que tenían hambre. Al anochecer, cuando su esposo llegó a casa, decidieron salir para invitarlos a cenar. La mujer salió e invitó a los hombres a entrar.
- Nosotros no entramos a la casa juntos,  replicaron.
- ¿Por qué?  Quería saber ella.
Uno de los ancianos dijo señalando a uno de sus amigos: - su nombre es Riqueza,
Y luego, señalando al otro, explicó - él es Éxito y yo soy Amor.
Luego agrego: - ahora entra a tu casa y conversa con tu esposo y decidid a quien de nosotros invitáis.

Los tres hijos del rey

Érase un rey que tenía tres hijos. Poseía  además muchas riquezas. Sobre todo un brillante de valor extraordinario, admirado  en el mundo entero. ¿Para quién sería  aquel brillante al repartir  la herencia? Su padre les sometió a una prueba. Sería para el que  realizase  la mayor hazaña en el día señalado.

viernes, 18 de diciembre de 2015

La piedra de sopa

En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le  pedía algo de comer.
- Lo siento, dijo ella, pero ahora mismo no tengo nada en casa.
- No se preocupe, le dijo amablemente el extraño, tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy grande por favor.

El regalo

Cerca  del desierto donde vivían los monjes  llamados “estilitas” habitaba  una anciana pobre que solía compartir su frugal comida  con el monje  más cercano al poblado.

Un buen día le quiso llevar algo especial: una cesta repleta de sabrosos racimos de uvas.

El zapatero remendón

En una pequeña aldea situada en lo alto de  las montañas vivía un zapatero remendón. Una  vez la víspera de Navidad, le aconteció algo muy extraño. ¿Fue un sueño a una realidad? Nadie lo sabrá jamás. Mientras el zapatero recitaba sus oraciones de la mañana, oyó que un extraño le hablaba:
- Pedro he venido a decirte que Dios está contento contigo. El Señor Jesús te visitará  hoy en tu taller.

El zorro mutilado

Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido  sus patas, por  lo que el hombre se preguntaba cómo podría  sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.

Te he hecho a ti

Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir  una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
- ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?

Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió:
- Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti.

Asamblea en la carpintería

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar.
 ¿La causa?¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo golpeando.

La camisa del hombre feliz

Un gran maharajá indio no era feliz. Sin embargo, tenía todo lo que un mortal puede desear: un palacio lujoso, riquezas en abundancia, esclavos a su disposición, distracciones renovadas incesantemente, mujeres que cambiaba varias veces  por  semana. A pesar de eso, no era feliz. Un día, fue en busca de su gran visir, y le preguntó qué debía  hacer para ser feliz.
- Nadie es feliz, le respondió el hombre.

El pescador satisfecho

El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.

«¿Por qué no has salido a pescar?», le preguntó el industrial.

«Porque ya he pescado bastante por hoy», respondió el pescador.

El cielo y el infierno

Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí vio a mucha  gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba  llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado. Tenían que comer  con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.

El árbol, las raíces y el suelo

En medio del bosque se alza un árbol gigantesco, el más magnífico en muchos kilómetros a la redonda. Un día las raíces le dijeron al árbol:
- Es un hecho que todo el que te ve admira tu majestad y tu belleza. Tienes las hojas más lustrosas, las  más hermosas flores y los frutos más dulces de todos los árboles del bosque. Con razón encomian  tu esplendor, porque  eres el más grande de  todos los árboles. Pero, ¿no has pensado nunca en nosotras, tus raíces? Aunque nadie nos ve ni nos alaba, nosotras te damos  la fuerza para que mantengas la cabeza erguida por encima de todos los árboles compañeros  tuyos. Nosotros carecemos de forma y de belleza, sin embargo somos responsables de tu magnificencia. No poseemos ningún perfume  propio, pero te procuramos la fragancia que exhalan tus polícromas flores. Aunque parecemos estériles, te proporcionamos la savia que produce  tus abundantes frutos. En otras palabras, todo lo que eres  es nuestro, querido árbol, porque  un árbol es bueno en la medida  en que lo son sus raíces.

La cruz de cada uno

Éranse dos ladrones que se arrepintieron. Juntos habían cometido robos e injusticias y ahora querían reparar el daño causado y hacer penitencia juntos. El monje impuso a los dos la misma penitencia. Cada uno de ellos tenía que atrave­sar el desierto cargado con una cruz, hasta llegar a la ciudad donde celebrarían su conversión.