sábado, 19 de diciembre de 2015

La taza de barro

Había una pareja que visitaba las pequeñas tiendas del centro de Londres. Al entrar en una de ellas quedaron prendados de una hermosa tacita de porcelana. ¿Me permite ver la taza?, preguntó la señora. ¡Nunca he visto nada tan fino!

En las manos de la señora la pequeña taza comenzó a contar su historia. “Usted debe saber que yo no siempre he sido la taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era sólo un poco de barro. Pero un artesano me tomó en sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y grité: “Por favor, ya déjame en paz...” ¡Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.


Después me puso en el horno. ¡Nunca había sentido tanto calor!... toqué la puerta del horno y a través de la mirilla pude leer los labios de mi amo que me decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”

Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso en un estante. Pero, apenas me había refrescado, me comenzó a raspar, a lijar. No sé cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba abajo. Por último me aplicó meticulosamente varias pinturas. Sentía que me ahogaba. “Por favor, déjame en paz”, le gritaba a mi artesano; pero él sólo me decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.

Al fin, cuando creí que había acabado todo aquello, me metió en otro horno mucho más caliente que el primero. Ahora sí pensé que terminaba mi vida. Le rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que me sacara, que si se había vuelto loco. Grité, lloré; pero mi artesano sólo me decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.

Me pregunté entonces si habría esperanza..., si lograría sobrevivir de aquellos tratos y abandonos. Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Fue entonces cuando se abrió la puerta y mi artesano me tomó cariñosamente y me llevó a un lugar muy diferente. Era precioso. Allí todas las tazas eran maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían como sólo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo cuando descubrí que estaba en una fina tienda y ante mí había un espejo. Una de esas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo!

Mi artesano entonces me dijo: “Yo sé que sufriste al ser moldeada por mis manos, mira tu hermosa figura. Sé que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, sé que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia..., y la pintura te provocaba náusea, pero contempla ahora tu hermosura..., y, ¿si te hubiera dejado como estabas?

“¡Ahora eres una obra terminada! ¡Lo que imaginé cuando te comencé a formar!”

Querido amigo. Tú eres una taza en las manos del mejor alfarero: Dios. Confíate en sus amorosas manos aunque a veces no comprendas por qué permite tu sufrimiento.