sábado, 19 de diciembre de 2015

Guerra de colores

Cuentan que un día los colores del mundo comenzaron a litigar: cada uno de ellos pretendía ser el mejor, el más importante, el más útil, el favorito.

El Verde dijo: - “Ciertamente el más importante soy yo, signo de vida y de esperanza. He sido escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad el campo: me veréis por todas partes”.


El Azul le interrumpió: - “Tú piensas solamente en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es el fundamento de la vida, las nubes la sacan del mar profundo. El firmamento ofrece espacio y paz y serenidad. Sin mi paz, todos vosotros no seríais nada”.

El Amarillo se echó a reír: - “Vosotros sois todos demasiado serios. Yo llevo la carcajada, la alegría y el calor al mundo. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que tú miras un girasol, el mundo entero comienza a sonreír. Sin mí no habría alegría”.

El Naranja hizo sonar su trompeta: - “Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser escaso, pero soy precioso porque sirvo a las necesidades de la vida humana. Yo tengo las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, en las calabazas, en las naranjas, en los mangos y en las papayas. No estoy continuamente dando vueltas, sino  cuando lleno el firmamento a la aurora o al ponerse el sol, mi belleza es tan impresionante que nadie hace caso de vosotros”.

El Rojo no puro esperar más y gritó: - “ Yo soy el jefe de todos vosotros. Yo soy sangre y la vida es sangre. Soy el color del peligro y del valor. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Yo pongo fuego en la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor, de la rosa roja, de la  estrella de Navidad y de la amapola”.

El Púrpura se estiró hasta su máxima estatura. Era verdaderamente alto y habló con  gran dignidad: - “Yo soy el color de la soberanía y del poder. Reyes, jefes y obispos me han escogido siempre, porque soy signo de autoridad y de sabiduría. La gente no me pone en discusión, se limita a escucharme y a obedecerme”.

El Añil habló, mucho más tranquilamente que todos los demás, con mayor decisión: - “Fijaos en mí. Soy el color del silencio. Difícilmente notáis mi presencia, pero sin mí todos vosotros resultáis superficiales. Yo represento el pensamiento y  la reflexión, el crepúsculo y el agua profunda. Vosotros tenéis necesidad de mí para el equilibrio y el contraste, para la oración y la paz profunda”.

De este modo los colores continuaron ensalzándose, cada uno convencido de la propia superioridad. La discusión se fue haciendo cada vez más fuerte y áspera. De repente brilló un sorprendente flash de rayo luminoso y retumbó un trueno. Luego comenzó a llover a mares. Los colores se agazaparon llenos de miedo, acercándose el uno al otro buscando protección.

En medio del clamor, la Lluvia comenzó a hablar: “Colores insensatos, estáis luchando entre vosotros, cada uno tratando de dominar sobre los demás. ¿No sabéis que cada uno ha sido hecho para un fin especial, único y diferente? Unid vuestras manos y venid conmigo”.

Haciendo como se les había dicho, los colores se unieron y se tomaron por la mano.

La Lluvia continuó: “De ahora en adelante, cuando llueva, cada uno de vosotros se extenderá a lo largo del firmamento en un gran arco de color como memorial de que todos vosotros podéis vivir en paz. El arco iris es un signo de esperanza para el mañana.

Y así, en todas partes donde la lluvia baña el mundo y un arco iris aparece en el firmamento, acordémonos de apreciar a los otros, de darnos la mano, de crear comunión y de ser un signo de esperanza para la humanidad”