Cuando se disponía a adentrarse en el pinar, lo que les privaba de contemplar el mar durante el resto el trayecto, el recolector de algas que no había hablado se detuvo, volvió la cabeza y se quedó mirando fijamente la inmensa superficie oceánica. Pasados unos instantes, se dirigió a sus compañeros para decirles:
- ¿Os habéis dado cuenta, amigos, que desde hace veinte años acudimos al mar cada día sólo para extraer riqueza de él, sin ofrecerle nada a cambio? ¡Y aún nos permitimos hacerle reproches cuando, como hoy, no obtenemos de él cuanto quisiéramos! Decidme, pues: ¿No os parece que ha llegado la hora de reconocer lo mucho que le debemos y demostrarle siquiera un poco de gratitud?
Los otros asintieron. Y con expresión admirativa contemplaron largamente al sustentador de sus vidas. En lo más hondo de sus corazones resonaba con gran fuerza, una y otra vez, esta palabra: ¡Gracias!