Entonces tuvo una idea: «¡Dios!», gritó con todas sus fuerzas.
Pero sólo le respondió el silencio.
«¡Dios!», volvió a gritar; «¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!»
¡Más silencio!
Pero, de pronto, una poderosa Voz, que hizo que retumbara todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto: «Eso es lo que dicen todos cuando están en apuros».
«¡No, Dios, no!», gritó el hombre, ahora un poco mas esperanzado. «¡Yo no soy como los demás! ¿Por qué había de serlo, si ya he empezado a creer al haber oído por mí mismo tu Voz? ¿O es que no lo ves? ¡Ahora todo lo que tienes que hacer es salvarme, y yo proclamaré tu nombre hasta los confines de la tierra!»
«De acuerdo», dijo la Voz, «te salvaré. Suelta esa rama».
«¿Soltar la rama?», gimió el pobre hombre. «¿Crees que estoy loco?»