Un día uno de sus enemigos decidió acabar con Timoteo. Con gran astucia se presentó ante él con un pequeño pez de oro en un vaso de cristal. Le dijo: “Timoteo, cuando este pez de oro alcance su tamaño total y muera de muerte natural, su cuerpo se convertirá en oro puro. Tú serás rico como jamás lo soñaste”.
La insaciable ambición de Timoteo se impuso a su sentido común y se creyó la historia del pez de oro. Lo contemplaba de cerca con alegría y agradecimiento a su enemigo.
Se llevó el pez a su casa y lo metió en un pequeño recipiente. Lo alimentó generosamente, y, con gran contento suyo, fue creciendo hasta que se hizo demasiado grande para el recipiente. Con gran dispendio hizo construir un depósito para el pez, y luego un pequeño lago. Constantemente soñaba con el día en que había de conseguir su oro.
Pasados muchos años, Timoteo había gastado todos sus ahorros y se había pasado los días alimentando y cuidando al pez, que continuamente crecía. Al final, en bancarrota y viejo, Timoteo se murió antes que el pez.
Nunca se dio cuenta de que su enemigo le había obsequiado con una ballena.